Serhii Portianov no pudo darle a Olga algunas campanillas de invierno esta vez. Lo ha hecho en todos sus aniversarios de boda, cada 13 de mayo desde 1970. Solo ha fallado una vez. Es una flor de primavera que a ella le encanta y que él va a recoger en el bosque. Pero ahora los campos están minados y no se atreve a intentarlo. Así que compró vodka. Para beberlo con ella y sentarse a hablar de su vida y celebrar que han estado juntos durante 53 de sus 72 años. Aunque su casa ya no es una casa. Y su pueblo ya no es pueblo.
Estos días están limpiando con mucha paciencia la cocina y una habitación en la casa de una planta con jardín donde viven desde hace décadas y donde criaron a sus hijos. En el jardín, donde antes había un macizo de flores, ahora hay un nido de ametralladoras abandonado; y en los límites de lo que fue la huerta descansa el cadáver calcinado de un carro blindado. Olga y Serhii retiran escombros y recogen recuerdos esparcidos por el suelo, quemados o empapados por la lluvia. “Este es nuestro hogar”, dice Serhii. “Nos tomó años construirlo y regresaremos tan pronto como podamos habilitar al menos una habitación para dormir. Nací en Kamianka y quiero morir aquí”.
A las puertas de la casa, Serhii alimenta una fogata en la que quema harapos de lo que solía ser ropa familiar, así como trozos de uniformes rusos, documentos, plásticos, trozos de madera que antes debieron ser muebles.
Kamianka, en la provincia de Kharkov, es uno de los…