El otro día estábamos caminando Atenas (Grecia), una ciudad representativa por excelencia de los inicios de la civilización occidental, una ciudad que nos gusta, a la que fuimos un par de veces y a la que seguro que volveremos.
Se me ocurrió tomar un autobús y simplemente ir al puerto, sin saber muy bien a dónde íbamos. Mi grupo de viaje estuvo de acuerdo y así lo hicimos. Llegamos a un lugar extraño, entre industrial y portuario, caminamos por lugares poco accesibles o muy aseado hasta encontrar el propio puerto, un lugar que no es especialmente turístico.
Seguimos caminando, llegamos a una especie de club náutico con mucho encanto orientado 100% a los atenienses. Lo siento medio “armado” con restaurantes mexicanos, italianos, etc. y, aunque ya teníamos hambre, preferimos seguir investigando la zona hasta dar con algo más típicamente ateniense.
Y así lo hicimos, llegamos a un localcito de 1976, cuyo letrero era 100% en griego y afuera tenía esas sillas que simplemente identificamos como “sillas griegas”. Listo, parecía el lugar indicado.
Debo decir que chocamos con la barrera del idioma, nuestro griego era bastante limitado y solo había un joven entre los pocos empleados de este restaurante que hablaba algo de inglés. TODO estaba en griego. Debo confesar que son situaciones que me gustan y hasta me resultan interesantes.
Claro, pedir comida de esa manera es un poco una aventura. Hasta que, en un momento dado, llegó el recurso salvador: un librito con fotos de los platos y su descripción en varios idiomas.
La verdad es que esta cartilla nos facilitó mucho las cosas y, como esperábamos, disfrutamos de un muy buen y auténtico almuerzo ateniense.
¿Has tenido que recurrir a un recurso como este para pedir comida en cualquier parte del mundo?
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